25 de diciembre de 1223, Greccio es una aldea pequeña de origen medieval antiguo, en la provincia de Rieti, al noreste de Roma, en la pendiente del Monte Lacerone.
Todo se celebró como estaba previsto: la noche de Navidad, la gente del castillo se dirigió al lugar donde vivían los frailes, cantando y con antorchas y en medio del bosque.
En una gruta prepararon un altar sobre un pesebre, junto al cual habían colocado una mula y un buey.
Aquella noche, como escribió Tomás de Celano, se rindió honor a la sencillez, se exaltó la pobreza, se alabó la humildad y Greccio se convirtió en una nueva Belén. Para una celebración tan original Francisco había obtenido el permiso del papa Honorio III. La homilía corrió a su cargo, pues era diácono, y mientras hablaba del niño de Belén, se relamía los labios y su voz era como el balido de una oveja. Un hombre allí presente tuvo una visión de un niño que dormía recostado en el pesebre, y Francisco lo despertaba del sueño.
La gente volvió contenta a sus casas, llevándose como recuerdo la paja, que luego se demostró una buena medicina para curar a los animales.
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